La renta fija global en 2020
¿Podrá un dólar débil engrasar el mecanismo del crecimiento en 2020?
- En un contexto de diversas señales de alarma para la economía y una política monetaria exprimida hasta el límite por parte de los bancos centrales, ¿puede haber algo que sustente la actividad económica?
- Es probable que el estímulo fiscal, ya sea a través de bajadas de impuestos o de gasto en infraestructuras, entre en escena, aunque se aplicará de forma desigual entre los distintos países. En este sentido, creemos que el Reino Unido tiene margen para tomar la delantera
- Creemos que el factor que con más probabilidad impulsará el crecimiento es la devaluación de un dólar que ya cotiza caro, respaldada por la continuidad del sesgo acomodativo por parte de la Reserva Federal
Los inversores en renta fija se pueden describir, en general, como un grupo de personas que ven el vaso medio vacío y no medio lleno. Los mercados de renta fija alcistas suelen asociarse a problemas geopolíticos en algunos lugares del mundo. Los rendimientos caen antes de que los problemas se agraven lo suficiente como para provocar bajadas de tipos, cosa que alegra la vida a los bonistas, ya que el precio de un bono sube cuando los rendimientos y los tipos bajan.
Sin embargo, aunque en 2019 el rendimiento de la renta fija ha seguido cayendo, los inversores en renta variable y bonos corporativos (o crédito) veían el mundo con una salud de hierro. Los mercados de renta variable se han recuperado con fuerza y los diferenciales de crédito (los rendimientos de los bonos corporativos en relación con los de los bonos gubernamentales, que entrañan menos riesgo) se redujeron hasta casi alcanzar la cifra más ajustada de la historia.
Por lo tanto, si quienes invierten en estos activos de mayor riesgo están lo bastante contentos como para que suban los precios, ¿por qué los rendimientos de la renta fija siguen cayendo?
De los siguientes tres factores, todos pueden explicar el menor rendimiento de esta clase de activo en 2019, pero solo uno puede ayudar a entender la resiliencia de aquellas con más riesgo:
- La incertidumbre sobre la guerra comercial entre los EE. UU. y China afecta claramente a la confianza y la inversión del sector industrial
- La inflación brilla por su ausencia
- A pesar de que el desempleo se encuentra en niveles próximos al mínimo histórico o lo ha alcanzado, los bancos centrales mantienen toda la carne en el asador y bajan los tipos para que siga la fiesta y el crecimiento económico no decaiga
Si el resto de factores se mantienen sin cambios, la incertidumbre que rodea al comercio debería reducir el interés de los inversores por aquellos activos que entrañan más riesgo, como la renta variable. Puede decirse que una inflación baja les viene bien a algunas clases de activo, aunque no a todas. Tan solo los tipos de interés más bajos de la historia explican verdaderamente por qué tanto la renta fija como los activos de mayor riesgo han vivido un año tan dulce.
Ahora bien, cada vez hay más bancos centrales que afirman que el elixir de las bajadas de tipos y, en muchos casos, la puesta en marcha de políticas novedosas, como la flexibilización cuantitativa, está empezando a dejar de hacer efecto. Una lista creciente de indicadores de la fase final del ciclo, que registran datos mejorables y, en algunos casos, negativos, está generando cada vez más preocupación.
Un ejemplo de ellos es la opinión de los consumidores estadounidenses sobre la situación de la economía actualmente y de cara al futuro, que se puede ver en el gráfico que aparece a continuación. El gráfico muestra la expectativa de los consumidores estadounidenses en cuanto al entorno económico y sus expectativas de renta, menos su valoración de la situación actual. Si nos fijamos en él, veremos que, cuando registra fuertes caídas, suele producirse una recesión (una contracción de la economía) poco después.

¿Es la recesión inevitable o se puede hacer algo para que el “chollo” de la expansión económica perdure en el tiempo y los nubarrones pasen de largo?
Parece que hay dos cosas que podrían apuntalar la confianza en la economía: la política fiscal y el dólar.
Históricamente, una política fiscal expansiva, sobre todo a través del gasto en infraestructuras, ha resultado ser un buen catalizador del crecimiento. Los distintos Gobiernos podrían aprovechar una financiación en condiciones muy ventajosas para invertir en infraestructuras con el objetivo de estimular la demanda y, en última instancia, mejorar la productividad.
Expansión fiscal: ¿quién abrirá juego?
El Reino Unido es uno de los favoritos en las quinielas sobre la puesta en marcha de medidas de estímulo fiscal. El país cuenta con los instrumentos necesarios para aplicar un revulsivo a su economía, y la clase política parece dispuesta a hacerlo. En cambio, buena parte del resto de formaciones políticas con opciones de gobierno del mundo parecen menos dispuestas actuar.
Otro de los mejor situados sería Alemania, con un amplio margen de gasto y el rendimiento de sus bonos próximo al mínimo histórico. Sin embargo, el actual Ejecutivo no parece muy dispuesto a tirar de chequera. En gran medida, esto se debe a que el desempleo es muy bajo y a que la situación de la economía no es, a ojos de la coalición gobernante, lo bastante mala como para abandonar la senda de disciplina fiscal autoimpuesta.
Los Estados Unidos se acercan a unas elecciones presidenciales y parece poco probable que Donald Trump pueda forzar la puesta en marcha de nuevos estímulos fiscales con una Cámara de Representantes de mayoría demócrata. Es posible que en Japón se intente negar el impacto de la subida del impuesto al consumo, pero, de nuevo, se antoja complicado que, en materia fiscal, el Gobierno saque la artillería pesada necesaria para estimular la actividad económica.
¿Saldrá un dólar más débil al rescate?
Es posible que la depreciación del dólar no sea lo primero en lo que se piensa a la hora de estimular la economía. Casi siempre que se produce la devaluación de una divisa, el país que la lleva a cabo nota el viento de cola que supone tener un sector exportador más competitivo, pero lo hace en detrimento de sus socios comerciales. El dólar estadounidense es la excepción que confirma la regla.
El precio de muchas materias primas se fija en dólares. Un dólar más débil dará como resultado una subida de precios de estas materias primas, para alegría de sus productores y exportadores y, más en general, puede estimular el crecimiento y la inflación.
Muchos mercados emergentes emiten importantes cantidades de deuda denominada en dólares. La fortaleza de esta divisa encarece el coste de estas emisiones. La correspondiente debilidad de las divisas de dichos mercados encarece la compra de los dólares que necesitan para atender el servicio de dicha deuda. La debilidad de las divisas locales frente al dólar también reducirá la capacidad de los mercados emergentes de relajar su política monetaria, normalmente a través de las bajadas de tipos, ya que hacerlo puede provocar una escalada de la inflación.
Sin embargo, la peor parte de la fortaleza del dólar estadounidense se la lleva el comercio mundial. Alrededor del 80% de las operaciones de financiación del comercio internacional se firman en dólares[1]. Cuando el dólar se debilita, es más fácil obtener financiación y esta aumenta más rápido, lo que facilita el comercio. Sin embargo, cuando se fortalece, la financiación y el comercio se desaceleran o, incluso, llegan a contraerse.
La economía estadounidense ha demostrado una mayor resiliencia que las demás durante el pasado año, en buena parte porque el comercio y, sobre todo, las exportaciones netas, suponen un porcentaje relativamente pequeño de su PIB. Sin embargo, cada vez hay más datos que apuntan a que los Estados Unidos no son inmunes a lo que ocurre en el exterior. La desaceleración de la economía estadounidense parece cada vez más probable, situación que con bastante seguridad provocará una potente respuesta expansiva por parte de la Fed. Si los tipos vuelven a bajar en los Estados Unidos, la rentabilidad de algunas clases de activo, sobre todo de la renta fija, disminuirá. Por eso, los inversores extranjeros las verán con peores ojos y la demanda de dólares estadounidenses será más baja.
Sin lugar a dudas, la depreciación del dólar podría engrasar el mecanismo del comercio global y, por ende, impulsar sensiblemente el crecimiento en todo el mundo.
Sin un dólar débil ni el correspondiente repunte del crecimiento, tal y como hemos explicado, es probable que los consumidores, último bastión de la demanda, mitiguen sus compras. Las empresas tendrán entonces que empezar a pensar en reducir sus costes, lo que implica recortes de personal y más paro. El siguiente gráfico, que, para nosotros, es otra señal de alarma, muestra cómo la confianza de los consejeros delegados ya ha caído a niveles que históricamente implican un deterioro del mercado laboral.

Si la situación que describimos se acaba produciendo, la Fed bajaría los tipos y los dos últimos pilares que apuntalan al dólar, el crecimiento relativamente potente de los Estados Unidos y unos tipos relativamente altos, desparecerían. Por lo tanto, probablemente estemos viviendo los últimos coletazos del ciclo alcista de esta divisa. Además, teniendo en cuenta el buen momento que vive, parece razonable empezar a prepararse para un revés.
[1] Fuente: Banco de Pagos Internacionales, a 20 de noviembre de 2019
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